Terapia de Acción: el poder transformador del paracaidismo
El paracaidismo no es sólo un deporte de diversión. Vivir la experiencia de VOLAR puede generar un sentimiento tan profundo que, para muchos, puede significar un antes y después en sus vidas.
Cientos de personas pasan por nuestro centro de paracaidismo en Madrid cada año.Cada una de ellas con sus propias historias y motivaciones. El objetivo es el mismo: saltar en paracaídas, pero lo que les llevó hacerlo, no.
Conocemos la mayoría de estas historias: un regalo de cumpleaños, una despedida de soltero, un sueño de toda la vida, una sorpresa…Todos llegan rebosantes de nervios, miedo pero también muchas ganas, algo normal para quién va a saltar en paracaídas por primera vez. Nos hablan y nos cuentan con alegría el porque van hacer un salto tandem.
Suben en el avión con la misma cara de “qué hago yo aquí” pero igualmente, bajan todos con la misma sonrisa y sentimiento de satisfacción de haberlo hecho, de haber superado sus miedos y vivido esta experiencia única. Es un sentimiento que muchos, si no, todos, seguirán “sintiendo” y disfrutando de ello por días después del salto y que lo recordarán para toda la vida… o hasta el siguiente salto.
Aunque hay otras historias en las que saltar al vacío supuso más que superar un reto, cumplir un sueño o simplemente tener un momento de diversión diferente. Fue un salto de fé… Arriesgar tu vida para ganarla.
Y es sobre una de estas historias de la queremos hablar en este post especial, que desde mi sitio, escribo estas líneas con todo el cariño y satisfacción de saber que el paracaidismo puede generar un impacto tan positivo y profundo en la gente. hasta el punto de salvarlas.
Esta es la historia de Paloma, quien semanas después de haber saltado en tandem, nos envía su hermana un email de agradecimiento que nos conmocionó a todos y que hoy – con el consentimiento de ambas – hacemos público en este post.
El objetivo no es otro que ayudar a otras personas que atraviesan situaciones similares encuentren otras vías para recuperar su sonrisa y vuelvan a sentir, a través del vuelo, la vida en sus venas.
A veces es difícil saber dónde o quién puede necesitar leer estas palabras, así que sentiros libre para compartir esta historia,
Y sin más, dejamos que sea Paloma la que cuente como el paracaidismo “la salvó”.
El reto fue volar, el premio… ¡recuperar la sonrisa!
Siempre tuve el deseo de realizar un vuelo en caída libre, de hecho, hace años, contacté con Skydive Lillo pero…después de la trágica pérdida de mi hijo, con tan sólo 23 años de edad en un estúpido accidente de moto, la vida se ausentó de mi persona.
Nada ni nadie, incluso la compañía de mi hijo menor, motivaba en mí un mínimo deseo de vivir y afrontar mi existencia carente para mí de cualquier sentido. Mi hermana, con la única intención de encontrar algún incentivo en mi triste rutina diaria, tuvo la idea de contratar esta actividad.
El vuelo se concertó para el 26 de septiembre pasado. Amaneció un día muy desagradable, amenazaba lluvia y el viento invitaba a aplazar la actividad. -No es mi día-, pensé, previendo un aplazamiento necesario pero el destino no estuvo de acuerdo y mi hermana tampoco.
Desganada para discutir, me dejé llevar e iniciamos el viaje hacia las instalaciones cumpliendo el horario previsto. Mientras un atento monitor me ayudaba con el equipamiento yo buscaba desesperada la mirada de mi hijo y de mi hermana ansiando que se compadecieran de mis nervios. No hubo suerte, ambos, conocedores de mi temperamento, esquivaron mis señales de socorro en el absoluto convencimiento de que me encontraba en las mejores manos.
Todavía recuerdo con rubor la mirada del Instructor al preguntarle una y otra vez si mi arnés era seguro. Él, complaciente, sonreía y afirmaba – “¿Crees que quiero que corras algún riesgo?”-. Decidí encomendarme a él y, a 4.000 metros de altura, poner mi vida, que en poco yo valoraba, en sus manos.
Todo fue absolutamente fácil, ellos, grandes profesionales, lo hacen sencillo. Jamás olvidaré el exquisito trato del cámara, sonriente y amable y la delicada forma en que mi monitor de vuelo me indicaba las instrucciones.
Llegó el instante de saltar, ya no había vuelta atrás. Allí estaba yo a 4.000 metros de altura en la compañía de dos desconocidos que, sin saberlo, serían únicos testigos de un acto que cambiaría mi existencia. No sé bien que pasó allí arriba, sólo recuerdo un espectacular silencio, una paz inmensa, un vuelco en mi corazón y un maravilloso cambio en mi estado de ánimo. Durante la caída numerosos recuerdos acompañaron mi viaje. Me embriagó una sensación única, desconocida y placentera. Yo, aterrorizada por vivir me sentí inmensamente orgullosa de haberme lanzado a aquel salto al vacío porque, aunque resulte incomprensible, aquel vuelo despertó en mí la necesidad de sentirme viva. En un maravilloso cielo inmenso no me sentí sola y tuve la sensación de recibir un abrazo protector que me animaba a salir de mi estancamiento. Yo, sin duda, percibí la presencia de mi Ángel.
Su hermana Ana en nota de agradecimiento: No sé qué pasó ahí arriba pero el resultado fue absolutamente fantástico. Desde ese día, ella misma confiesa que se ha producido un cambio, un maravilloso cambio en su estado de ánimo y que todos celebramos.
No recuerdo el nombre del Instructor que acompañó a mi hermana en el vuelo pero, si con sus datos pudieran averiguar quién fue, les ruego que le hagan llegar nuestro agradecimiento más sincero. Él lo desconoce pero, ese día, nos devolvió un ángel del Cielo.
Durante el resto del día acaparé la atención de mis familiares y amigos. Descubrí sorprendida una ya olvidada necesidad de contar, de querer compartir la emoción que me embargaba. Sonreía feliz y disfrutaba de la ilusión que despertaba en las personas que me quieren y, en un impulso valiente, me prometí a mi misma que éste sería sólo el primero de mis retos vencidos. Necesitaba volar de nuevo.
Los miedos nos acompañan en cada uno de nuestros días y depende de nosotros que estos temores limiten nuestros sueños y nuestros proyectos. A veces la vida golpea fuertemente y hemos de recopilar fuerza para aprender a vivir con el corazón dañado. Ese vuelo en caída libre supuso para mí un alto en mi camino de sufrimiento, un respiro inmenso y, sin duda, hubo un antes y un después de navegar por el cielo.
Eternamente agradecida.
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