¿Te sientes identificado?
“Tengo por costumbre engancharme todas las noches a Internet y chatear sobre mis experiencias y anécdotas con otros que como yo, sienten la necesidad de hacerlo a diario. Lo hacemos a través de una simpática página: www.skydivelillo.com, en la que existe un foro…..que nos reúne hábilmente para trasladar por un momento nuestra mente, a una de las situaciones más emocionantes y fantásticas que un hombre puede experimentar, la caída libre……hacer nuestros sueños realidad.
Hace unos días alguien sacaba un nuevo tema ¿Cuándo sabes que tienes la enfermedad?” y es precisamente de eso de lo que os quiero informar, de cómo uno de los grandes sueños del hombre, “el sueño de ÍCARO”, se ha convertido en disciplina deportiva y de disciplina a enfermedad. No es sencillo explicar el número de cambios de tensión y relajación que se pueden llegar a vivir en un salto al vacío desde 4.000 metros de altura, es decir, la tensión y el miedo se funden de tal forma, que eres incapaz de marcar una línea divisoria, solo sabes que estás experimentando una sensación brutal.
Esa sensación comienza el día en que decides llamar al centro e informarte de cuáles son los precios, cuál es su ubicación y la mejor forma de iniciarte. El precio es asequible, la ubicación Lillo (Toledo), a 50 minutos de Madrid y la mejor forma de iniciarte es el salto Tándem.
Este salto se realiza desde 4.000 metros de altura, enganchado con un sistema de atalajes a un experimentado instructor que después de explicarte cuál es la dinámica del salto y el funcionamiento del paracaídas, te demostrará de una forma fácil y segura lo que se siente en caída libre. Ya no puedes decir que no, todas tus dudas sobre este deporte se han visto despejadas en una sola llamada de teléfono, ahora solo falta engañar a alguien que quiera acompañarte ese día y que experimente contigo esa sensación que tanto uno se imagina pero a la que no se ha enfrentado antes.
Llega el día señalado y te personas en el Aeródromo D. Quijote de La Mancha. Allí entras en la sede social y preguntas en la cafetería. Te indican el segundo hangar, no has podido evitar, mientras te indicaban, el observar ese gran paracaídas en el techo o la belleza de esas extrañas fotos de gente suspendida en el aire.
Un sentimiento de emoción te invade y se mezcla con otro de miedo que has ido incubando desde el día en que llamaste.
Entras en el segundo hangar, es fácil de reconocer por sus dimensiones, te sorprende ver tanta gente y tan diferente, llevan monos y uniformes de colores y te transmiten un “algo” quizá buen rollo, quién sabe, el caso es que no estás preparado para entenderlo.
Rápidamente localizas la oficina y te diriges allí, te presentas y ves tu nombre apuntado en la lista, -te estábamos esperando- te dice la señorita, ésta interrumpe tu conversación y coge el micrófono –vuelo número 2 a la zona de embarque- de repente oyes un murmullo, y un ruido ensordecedor irrumpe en el área, es el avión que se aproxima al hangar, la señorita te invita a que veas el embarque mientras avisa al que va a ser tu instructor, te entra ansiedad a la vez que incertidumbre, sales y un fuerte olor a jet-fuel te hace soltar la primera descarga de adrenalina mientras un grupo de personas perfectamente equipadas se suben al avión.
Llega tu instructor, se presenta y ve contigo como despega el avión, -después nos toca a nosotros- te comenta, te das cuenta de que estás hiperactivo, tu corazón esta bombeando más fuerte y más rápido, la sensación es emocionante. Entras en el video-room, un pequeño contenedor equipado por dentro con televisiones y videos y muchas fotos de caída libre, allí comienza una explicación de qué es lo que vas hacer, cuál es la secuencia que se va a seguir y cómo debe ser tu comportamiento. Mientras te hablan, vas viendo un video de alguien que como yo, en su día se animó. Es el momento de fusilar a tu instructor a preguntas que te llevas haciendo toda la semana, -¿se puede respirar allí arriba? ¿Qué pasa si el paracaídas no funciona…?- El instructor amablemente te responde a todas tus dudas y finalmente te lleva al hangar, -pasamos a la práctica- comenta sonriendo. Aquí se te asigna un mono, y realizas las primeras prácticas en un simpático carrito con ruedas sobre el que te tumbas, luego te ponen el arnés con el que estarás unido a tu instructor, y terminas de repasar la teoría. Ahora estás más tranquilo, quizá porque al estar tan concentrado en las explicaciones has sido capaz de desconectar un poco. Hay tiempo libre hasta que baje el avión, y te empiezas a familiarizar con la zona y su gente, alguien dice, –están en pasada-, y todo el mundo deja sus quehaceres y alzan su vista al cielo. Es inevitable mirar, allí en la lejanía logras localizar lo que es la silueta de ese avión que cuando llegaste marcaba el paso con su rugido.
No te puedes creer lo que estás viendo, como si de el dibujo de un video juego se tratase, de esa silueta se desprenden pequeños puntos que, en pocos segundos, puedes identificar como esas personas con monos de colores que estaban embarcando en el avión hace tan solo media hora. De repente el cielo se llena de “setas” de colores que marcan el punto en el que los paracaidistas han abierto sus equipos, una extraña sensación se apodera de tu interior, por megafonía anuncian 10 minutos para el vuelo número dos. ¡¡¡Es el vuelo!!!
Tu instructor vuelve a chequearte y te lleva a la zona de embarque, allí te juntas con los que van a ser tus compañeros de vuelo. Hay gente de todas las edades y todos desbordan felicidad, uno va a ser quién grabe esta experiencia que vas a vivir. Lleva una cámara de video y otra de fotos en su casco, su función es la de mantenerse cerca de ti y recoger toda la secuencia del lanzamiento, de forma que luego puedas disfrutar de este momento con tus familiares y amigos.
El avión llega y en cuestión de minutos todos estamos dentro, y entramos en pista listos para despegue, el avión acelera y al llegar a la altura del hangar notas como despega sus ruedas del asfalto. Tu concepto de aviación se rompe por completo, no es un avión grande presurizado con azafatas por los pasillos, es más bien una pequeña lata de sardinas con un piloto y diez pasajeros perfectamente equipados sentados en el suelo. En menos de 20 minutos ya está a 4.000 metros, es el momento de repasar los equipos, ajustarse los arneses, y recordar el orden de salida. Poco después, el piloto se da la vuelta y grita –2 minutos- es el tiempo que falta para el lanzamiento, uno de los paracaidistas más experimentados abre la puerta, la cabina se llena de aire y apenas logras ver con claridad el suelo, un fuerte cosquilleo recorre tu cuerpo, las piernas te tiemblan como si tuvieras frío…pero no es frío, y empiezas a ver como los paracaidistas se colocan en la puerta y se dejan caer, -¡Dios!- eres incapaz de pensar, ahora te toca a ti, sales al escalón, colocas la cabeza en el hombro de tu instructor y en un ligero balanceo ya estás fuera….no sabes muy bien donde estás, lo que si está claro es que ya no estás en el avión, notas el viento en tu cara respiras de una forma acelerada y localizas el horizonte, estas volando. La presión del aire sobre tu cuerpo hace que sientas que no caes, sino que flotas, es como si estuvieses tumbado boca abajo sobre una pastilla de jabón gigante mojada, cada ligero movimiento de cualquier parte de tu cuerpo se traduce en un desplazamiento, es en ese momento cuando descubres que tus brazos y tus piernas son como los planos de un avión y es entonces cuando eres consciente de que ¡estas volando! No he experimentado en mi vida satisfacción mayor que la de este salto, la emoción y el miedo, la risa alegre y la tonta, todo unido. Es difícil trasmitir sobre el papel los sentimientos que florecen ante esta sensación…No hay palabras.
Ahora ha pasado el tiempo y con el tiempo los saltos. Después de aterrizar el día del Tándem, y con esa sonrisa puesta en mi cara, mi cuerpo se relajó, y con la relajación llegaron las bromas y los coloquios entre los que estaban allí, hablé con aquellos de los monos de colores y practican eso que llaman “free fly” y cuyo concepto es volar para disfrutar, y también con los que sobre sus monos llevan cosidos lo que ellos llaman “grips” o lo que es lo mismo unos refuerzos en brazos y piernas para mejorar los agarres en el aire y así realizar el mayor número de figuras durante la caída. Éstos practican la modalidad llamada “Relativo”.
Descubrí un mundo y no tardé en hacer el curso, en poco tiempo ya estaba capacitado para saltar en cualquier Centro de España y del extranjero, aprendí a plegar mi paracaídas y no tardé en ahorrar y comprarme el mío propio. Ahora voy camino de mis 150 saltos, y puedo decir, que fue el mismo día que probé esta actividad el día que supe que tenia la enfermedad.
Hay algo, que se dice mucho en este mundillo de la caída libre y que resume lo que yo aquí quiero trasmitir y es que: -solo los paracaidistas saben porqué los pájaros no paran de cantar”.
*Texto escrito por Alex
Comentarios
No hay comentarios aún.